Salgo apresurada de la universidad, temerosa de no saber si pasaría la línea que me llevaba hasta el centro donde queda ubicado el local al que tenía que ir. Cruzo la calle y espero unos 6 minutos aproximadamente, entre tanto, me encuentro a una amiga y conversamos sobre la ruta del micro que casualmente ambas estábamos esperando. Una vez vemos a lo lejos el color característico del cacharro y sabemos que nos toca hacer el ademán de levantar la mano para que nos recoja, sin necesidad de importarnos si había un vehículo atrás o si paraba en medio de la calle, como se acostumbra a hacer.
Subo al micro y pago gentilmente mi pasaje; ‘estudiante’- le recalco al micrero, para que entienda que recibiría cambio con la moneda de 2 bolivianos (Bs) que le entregué. El micrero arranca e inmediatamente vuelco e intento encontrar un espacio vacío atrás, me balanceo y evito sostenerme del barandal que cuelga del techo porque, ¿quién sabe hace cuanto lo lavaron y desinfectaron? o peor aún ¿cuánta gente pudo haberlo agarrado y quién sabe que hubiesen agarrado antes? Un poco de frenesí mientras trato de mantener el equilibrio en el micro siempre me acompaña. Me mantengo parada hasta que decido ir al asiento más cercano al conductor, me viene a la mente la voz de mi madre diciendo: ‘‘siempre siéntate cerca del conductor, porque atrás te pueden robar más fácilmente.” No me sometería voluntariamente a una situación donde me quieran atracar por lo cual, el esperar por el asiento delantero se ha vuelto una costumbre.
El conductor avanza a una velocidad lo suficientemente lenta como para poder identificar en la calle a todas las manos levantadas que ansían ir en el micro. Entre tanto, me pregunto por qué a medida que vamos bajando la altura del trayecto la velocidad aumenta. ‘Debe ser por las áreas más concurridas a las que nos dirigimos que de las que él inicia la ruta’-pienso dubitativamente. Nunca me he atrevido a preguntar, los conductores siempre andan muy gruñones y no son tan conversadores. He preferido mantener una imagen seria y verdaderamente formal en los micros, intento no dar cabida a nadie a pensar que soy lo suficientemente nueva usándolos como para facilitarles que me roben. Por ello, siempre cargo un libro conmigo, y en esta ocasión lo saqué.
Pasamos por el primer mercado de los dos donde pasa el micro. ‘¡Parada!’-gritó una señora; entonces, el conductor se detuvo en doble fila y abrió la puerta. Chrrrrrr– se escuchó. Siempre es lo mismo, las puertas se chocan contra sí y tienen un sonido ensordecedor. En fin, sube una nueva pasajera y se sienta cerca de mí. La observo y puedo notar que era una mujer de unos 45 años aproximadamente, bien parada y, por la manera en la que hablaba, formada también. Inevitablemente escucho atentamente la conversación que entabla con el conductor mientras sigo ojeando las hojas de mi libro, que muchas veces leo para matar el tiempo del trayecto. A medida que sigue la ruta pierdo el hilo en mi lectura, decido cerrarlo y concentrarme enteramente en la discusión que la aquejaba a la señora. “Es que usted debería exigir más, pagar por el pasaje no es opcional es obligatorio”-dice con voz firme. El micrero asentía despreocupado, con una voz cansada y una mirada desilusionada.
Luego de un breve silencio entre su charla, me disculpo por entrometerme y les explico que los temas que estaban charlando son de mi interés. Le manifiesto a la señora que estos últimos días habían sido para estudiar los derechos de los trabajadores en mi materia de la universidad, por lo cual era un asunto muy candente y aquejado de discutir, especialmente haciendo el énfasis de mi preocupación hacia la señora para con el micrero. ‘¿Cuántos años va trabajando en la línea?, ¿recibe sueldo justo, vacaciones, pago por horas extra, bonos, aguinaldo, quinquenio?, ¿por qué todas las condiciones de los micros son decadentes?, ¿acaso no saben que son los dueños de la calle y aun así no existe ningún tipo de mejora en el servicio?’ Todo ese tipo de temas se me vinieron a la cabeza y manifesté unos cuantos de ellos. Por lo que entre la señora y el conductor me respondieron aquellas dudas que siempre me surgían, pero no tenía a quien abiertamente preguntar. Ahora era el momento.
La señora me responde con una voz firme y molesta que los micreros son burlados por sus empleadores, quienes ni siquiera tienen la valentía de mostrar la cara por los conductores y velar por mejoras no solo en el bus, sino en las condiciones precarias en las que los hacen trabajar. El señor que manejaba aquel bus iba 17 años ejerciendo como conductor de micro y cuenta que los micreros no perciben aguinaldo, ni quinquenio, ni ningún tipo de bono, ni tampoco ahorran en algún fondo de pensiones ni que se pueda decir de tener un seguro de vida o una afiliación a algún sistema de salud. Trabajan de lunes a domingo, teniendo el derecho a saltar un domingo cada 2 semanas. Recalca que ellos deben pagar diariamente alrededor de 50 bolivianos por el bus que manejan. Se les asigna una ruta determinada y vueltas limitadas durante el día. Aparte tienen fijada la hora y el minuto en el que deben estar pasando por cierta calle para pagar por el alquiler durante el día, y en caso de que se atrasen deben pagar una multa. Decir que me dejó perpleja es poco. Probablemente ahora todo tenía mucho más sentido, pero saber todo esto no solo aclaró un poco el panorama; sino que, me presentó una problemática a la que nadie le da importancia y que, como yo en cierto momento, prefería dejar pasar por alto y no ir a la raíz de ella. Aquel día ese conductor iluminó mis ansías de indagar en este silencio que busca a gritos tener voz.
-English Version-
I left the university in a hurry, afraid of not knowing if I would make it past the line that would take me to downtown where the place I had to go to is located. I cross the street and wait for about 6 minutes, meanwhile, I meet a friend and we talk about the bus route that we were both waiting for. Once we see the characteristic color of the bus in the distance we know that we have to raise our hand to get on, without having to care if there was a vehicle behind or if it stopped in the middle of the street, as usual.
I get on the bus and kindly pay my ticket; ‘student’ – I say to the bus driver, so he understands that he would receive change with the 2 bolivianos (Bs) coin that I gave him. The bus driver starts and immediately I tip over and try to find an empty space in the back, I sway and avoid holding on to the rail that hangs from the ceiling because, who knows how long ago they were last washed and disinfected? Or even worse, how many people could have used it and who knows what they would germs they could have left? A bit of frenzy as I try to keep my balance on the bus is always with me. I remain standing until I decide to go to the seat closest to the driver, my mother’s voice comes to mind saying: “always sit close to the driver, because in the back you can be robbed more easily.” I would not voluntarily submit to a mugging situation, so waiting for the front seat has become a habit.
The driver advances at a speed slow enough to be able to identify all the raised hands on the street who want to ride the bus. Meanwhile, I wonder why, as we go down the path the speed increases. ‘It must be through the busiest areas that we are heading to that he starts the route from’-I think doubtfully. I have never dared to ask, the drivers are always very grumpy and are not so talkative. I’ve preferred to keep a serious and truly formal image on the bus, I try not to give anyone the chance to think that I’m new enough to using them to make it easy for anyone to rob me. For this reason, I always carry a book with me, and this time I took it out.
We pass through the first market of the two where the bus passes. ‘Stop!’-shouted a lady; then the driver double stopped and opened the door. “Chrrrrr”- the door sounded. It’s always the same, the doors crash against each other and have a deafening sound. Anyway, a new passenger gets on and sits near me. I look at her and I can see that she was a woman of approximately 45 years old, well standing and, from the way she spoke, raised as well. Inevitably I listen carefully to the conversation she is having with the driver while I keep flipping through the pages of my book, which I often read to kill time on the journey. As the route continues, I lose the thread in my reading, I decide to close it and concentrate entirely on the discussion that afflicted the lady. “It’s that you should demand more, paying for the ticket is not optional, it’s mandatory” -she says with a firm voice. The driver agreed nonchalantly, with a tired voice and a disappointed look.
After a brief silence between their talk, I apologize for intruding and explain that the topic they were discussing are of interest to me. I told the lady that these last few days had been dedicated to the study of the rights of workers in class, which is why it was a very interesting topic for me to discuss, especially emphasizing my concern towards the lady for her bus driver. “How many years have you been working on the line? Do you receive a fair salary, vacations, overtime pay, bonuses, bonuses, five-year bonuses? Why are all the conditions of the buses so poor?” All these kinds of issues came to my mind and I expressed a few of them. So between the lady and the driver they answered those doubts that always arose but I had no one to ask openly. Now was the time.
The lady answers me with a firm and annoyed voice that the bus drivers are mocked by their employers, who don’t even have the courage to show their faces for the drivers and ensure improvements not only on the bus, but also in the precarious conditions in which they they make them work. The man who drove that bus had been working as a bus driver for 17 years and says that the bus drivers do not receive a Christmas bonus, or a five-year bonus, or any type of bonus, nor do they save in any pension fund or that it can be said of having health or life insurance or an affiliation to a health system. They work from Monday to Sunday, having the right to skip a Sunday every 2 weeks. He stresses that they must pay around 50 bolivianos daily for the bus they drive. They are assigned a certain route and limited turns during the day. In addition, the hour and the minute is set in which they must be passing through a certain street to pay for the rent during the day, and in case they are late they must pay a fine. To say that I was stumped is an understatement. Now everything made more sense but knowing all this did not clear things up; rather, he presented me with a problem that nobody gives importance to and that, like me at a certain moment, he preferred to ignore and not get to the root of it. That day that driver lit my desire to investigate this silence that screams for a voice.